miércoles, 14 de marzo de 2012

MIRAR AL CRUCIFICADO







Yo me he preguntado muchas veces,  ¿por qué Calderón no da la cara cuando un tribunal internacional lo obliga a pedir disculpas a las víctimas de su guerra contra la delincuencia y a los abusos del ejército? ¿O cuando se le cuestiona sobre su dependencia al alcohol?
¿Por qué Enrique Peña Nieto no quiere debatir, por qué no explica su relación con personajes macabros como Montiel y el Grupo Atlacomulco?
¿Por qué el secretario de seguridad pública Genaro García Luna no reconoce que hizo todo mal en el caso Florence Cassez?
¿Por que La Iglesia, en lugar de atender a las víctimas de sacerdotes pederastas, los niega y oculta a los criminales?
De toda la vida, cuando nos portamos mal, cuando sabemos que hicimos algo malo, evitamos ser descubiertos, evitamos  que “la verdad salga a la luz”.
Pero vivir toda la vida en la oscuridad, entrampados en un círculo vicioso que lleva tapar algo malo con algo peor no es ninguna solución.
Esta semana, 4° de Cuaresma, les propongo leer a Pagola y reflexionar sobre su artículo: “Mirar al Crucificado”. Y descubrir la luz en el rostro de Jesús.
ecleSALia 14 de marzo
de 2012


4 Cuaresma (B) Juan 3, 14-21
MIRAR AL CRUCIFICADO
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 14/03/12.- El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.
Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.
Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?
Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles.
Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.
En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.
Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.
«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?
Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

No hay comentarios: