viernes, 9 de marzo de 2012

LA INDIGNACIÓN DE JESÚS.- Por Fernando Álvarez D.



En este tiempo de Cuaresma y vísperas de la visita papal a nuestro país, personalmente hago una reflexión sobre las causas por las que muchas personas han decidido separarse de la Iglesia Católica. Es una realidad que en los últimos tiempos, no solo en México, en muchos países se ha dado una pérdida de fe y muchos se han alejado de la Iglesia.
Tal vez, (solo por mencionar un aspecto lamentable de esta crisis en la Iglesia) sea porque el valor que le da el clero al dinero ha estado por encima de la caridad y de la fe.
Me ha tocado ver que en Puebla, en el santuario del Señor de las Maravillas, donde acude a diario mucha gente a dar gracias y pedir favores a la imagen, hay un letrero que dice “Tus intenciones llegan más rápido a Dios en misa” “Puedes pasar a la notaría a pagar por tus intenciones en misa”
O ver, en la Iglesia de los Padres Mercedarios de Arcos de Belén, que para mi son “mercenarios” en lugar de mercedarios, en la noche vieja, cuando toda la gente compra las velas de la Divina Providencia en la puerta del templo, y pasa a buscar su bendición, entrando está un sacerdote sentado con una mesa y un canasto para la limosna y, una vez aportando algo, bendice las velas o las imágenes.
Ya no hay en la iglesia el servicio de auxilio espiritual a enfermos o moribundos, ya es difícil encontrar un padre para confesar o para consultar. Para rezar el rosario en el velorio de un difunto. Las bodas, bautizos, primeras comuniones, y otras ceremonias se cobran con menú de “servicios” extras y muy caros.
¿Qué diría Jesús si viera que el Templo se ha convertido en un Mall Comercial?
Los invito a leer a José Antonio Pagola, sobre “LA INDIGNACIÓN DE JESÚS”
ecleSALia 7 de marzo
de 2012


3 Cuaresma (B) Juan 2,13-25
LA INDIGNACIÓN DE JESÚS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 07/03/12.- Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.
Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de "comprar" a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».
Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.
No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.
Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en "vendedores y cambistas" que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.
Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.

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