Comenzamos la Cuaresma
y a manera de Ejercicio Espiritual, como aquellos a los que acudíamos en este
tiempo, en nuestra parroquia, les propongo reflexionar acerca del Concilio
Vaticano II, a cincuenta años del inicio de los trabajos que tenían como objetivo
un cambio en la Iglesia. ¿Realmente hemos vivido ese cambio?
En el contexto de la visita papal a México, cabe muy
bien hacernos esta pregunta, porque tal parece que el Papa Benedicto XVI pretendiera vivir y hacer vivir una Iglesia
anterior al Concilio. Esto aunado a una crisis severa al interior de la
jerarquía eclesial, a la pérdida de su autoridad moral en la sociedad y a la falta de interés de los católicos por
conocer el verdadero sentido del mensaje de Jesús, hacen que la Iglesia sea
todo menos el reino de DIOS
REFLEXIONES ACERCA DE LOS 50
AÑOS DEL CONCILIO VATICANO II
“Tanto
amó Dios al mundo que le dio su Hijo…” Jn 3, 16
COCHABAMBA (BOLIVIA).
ECLESALIA, 27/02/12.- En la Iglesia católica el año
1962 se dio un tsunami catastrófico para algunos y un suceso de suma
importancia para otros. Suceso ya esperado por éstos y despreciado o por lo
menos menospreciado por aquellos.
Quizás, como han dicho muchos, el problema de nuestra querida Iglesia
viene desde la época constantiniana, cuando la jerarquía eclesiástica pasó de
una situación de persecución y martirio a un status de libertad y nobleza,
equiparable a la de los grandes señores de la época.
Fueron tiempos en que la preocupación de las autoridades eclesiásticas
estaba primordialmente en la doctrina con sus dogmas, más que en el seguimiento
de la vida del maestro, aquel camino que nos ofrecen los evangelios de
sencillez y de compasión por los que sufren y aquel deseo de Jesús por el reino
de Dios o transformación de este mundo, en el cual quien ha recibido más sirva
y no sea servido y en el que el respeto a la dignidad de las personas sea para
todos, pero sobre todos para los que por la sociedad ha considerado menos
dignos, los más olvidados y excluidos.
Muchos años después vino la reforma de Lutero, que sin duda quiso el
bien de la Iglesia, quiso acabar con aquel boato y aquella corrupción reinante
en las altas esferas eclesiásticas, acabar con abusos al pueblo, como el de los
cobros por las indulgencias, el control de las conciencias, y terminar con la
ignorancia de un pueblo al que se le había prohibido la lectura de la Biblia….,
nunca todo es perfecto entre los humanos, pero la verdad es que hacía falta una
reforma y ya era urgente, pero lo más fácil fue declarar hereje a Lutero y
terminar con semejante aventura. Para ello surgió la contrarreforma, con gente
buena y santa, y si bien hizo mucho bien a muchos fieles, sirvió también para
que la jerarquía pudiera seguir son su status, su poder y con la estructura
piramidal de la Iglesia.
Cuatrocientos años después y a partir del año 1958, una vez que fue papa
el cardenal Roncalli, como Juan XXIII, éste inicia lo que hubiese querido ser
una gran reforma para la Iglesia católica, y el año1962 inaugura el Concilio
Vaticano II. Fueron cuatro años de deliberaciones y de mucho estudio y una
serie de documentos de suma importancia para la renovación, para el “agiornamento”
o actualización de la Iglesia católica, documentos que muchos de ellos han
quedado a medias, olvidados y quizás algunos ya superados.
El documento que abre la Iglesia al mundo, el más conocido y titulado
por sus palabras latinas con que se inicia: Gaudium et spes, “Los gozos y las esperanzas de este mundo,
sobre todo de los más pobres, son los gozos y las esperanzas de los discípulos
de Cristo”. Que como consecuencia lógica llevó a sacerdotes,
religiosos y religiosas a meterse en el mundo a comprometerse de veras con él,
pero con las leyes canónicas anteriores al concilio y que no se renovaron
dieron como resultado un gran éxodo, abandono de muchos del sacerdocio, porque
era incompatible con este compromiso y también de religiosas y religiosos, siendo
juzgados todos ellos y ellas entonces como desertores y aún como traidores.
Un verdadero signo de los tiempos, que en lugar de verlo como tal, se
consideró por parte de la curia romana y otras altas personalidades como una
verdadera desgracia, cuya causa había sido este desdichado concilio. Lo que
sirvió también para dar marcha atrás, quedando paralizadas la mayoría de las
reformas, como la litúrgica, la misma constitución de la Iglesia en sus
ministerios desde el del papa, los obispos, presbíteros y hasta los ministerios
laicales tan necesarios en favor de nuestro mundo y el pensar la Iglesia como
Pueblo de Dios en lugar de Sociedad perfecta.
La necesidad y el valor del laicado fue siempre más una frase teórica
que un interés real. Los “reducidos” al estado laical, palabra poco acertada,
no fueron reconocidos como laicos y no se hizo nada o casi nada por recuperar a
estos nuevos laicos, se menospreciaron esas fuerzas espirituales, intelectuales
y dinámicas en la Iglesia, preparados teológica e intelectualmente, gente la
mayoría de grandes valores materiales y espirituales, abandonados muchas veces
de las jerarquías, de los superiores y superioras religiosas.
Salvo raras excepciones la mayoría no sintió lo que pudo haber sido una
acogida tan necesaria para ellos y ellas, habiendo dejado con dolor, casi
siempre, el calor de la institución. Y en ningún momento se pensó que podían
ser más útiles en el mundo que en el templo, cuando la sal del evangelio en el
mundo se estaba volviendo sin sabor. Y así estamos hoy, con un mundo que sigue
su rumbo a toda velocidad de espaldas de la iglesia, lamentando la falta de
sacerdotes, cuando todos ellos y ellas podrían ser verdaderos ministros casados
y verdaderas ministras casadas de las comunidades eclesiales de base o ser sal
y fermento de este mundo, de sus organizaciones civiles, laborales, políticas,
etc., con la consiguiente apoyo de la Iglesia para su formación permanente en
la fe y con la posibilidad de sentirse Iglesia. (Eclesalia Informativo
autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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