En
la reciente visita del Papa Benedicto XVI a México, se hizo una reflexión en la
homilía de la misa del domingo, 5º de Cuaresma y, sobre la cual, nos toca en
nuestro ejercicio cuaresmal reflexionar.
“Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su
éxito o seguridad, termina viviendo una vida mediocre y estéril”
Jesús nos invita a humanizar el sentido de nuestra vida. El
éxito en la vida no se mide en pesos o dólares, sino en hacer la vida de los
demás mas humana y llevadera.
5 Cuaresma (B) Juan 12, 20-33
EL ATRACTIVO DE JESÚS
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 21/03/12.-
Unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la Pascua de los judíos se
acercan a Felipe con una petición: «Queremos ver a Jesús». No es
curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en
aquel hombre de Dios. También a ellos les puede hacer bien.
A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos
días será crucificado. Cuando le comunican el deseo de los peregrinos griegos,
pronuncia unas palabras desconcertantes: «Llega la hora de que sea
glorificado el Hijo del Hombre». Cuando sea crucificado, todos podrán ver
con claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria.
Probablemente nadie le ha entendido nada. Pero
Jesús, pensando en la forma de muerte que le espera, insiste: «Cuando yo sea
elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». ¿Qué es lo que se
esconde en el crucificado para que tenga ese poder de atracción? Sólo una cosa:
su amor increíble a todos.
El amor es invisible. Sólo lo podemos ver en
los gestos, los signos y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso, en Jesús
crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el amor
insondable de Dios. En realidad, sólo empezamos a ser cristianos cuando nos
sentimos atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la fe cuando nos
sentimos amados por Dios.
Para explicar la fuerza que se encierra en su
muerte en la cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que todos podemos entender:
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si
muere, da mucho fruto». Si el grano muere, germina y hace brotar la vida,
pero si se encierra en su pequeña envoltura y guarda para sí su energía vital,
permanece estéril.
Esta bella imagen nos descubre una ley que
atraviesa misteriosamente la vida entera. No es una norma moral. No es una ley
impuesta por la religión. Es la dinámica que hace fecunda la vida de quien
sufre movido por el amor. Es una idea repetida por Jesús en diversas ocasiones:
Quien se agarra egoístamente a su vida, la echa a perder; quien sabe entregarla
con generosidad genera más vida.
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