Yo
me he preguntado muchas veces, ¿por qué
Calderón no da la cara cuando un tribunal internacional lo obliga a pedir
disculpas a las víctimas de su guerra contra la delincuencia y a los abusos del
ejército? ¿O cuando se le cuestiona sobre su dependencia al alcohol?
¿Por
qué Enrique Peña Nieto no quiere debatir, por qué no explica su relación con
personajes macabros como Montiel y el Grupo Atlacomulco?
¿Por
qué el secretario de seguridad pública Genaro García Luna no reconoce que hizo
todo mal en el caso Florence Cassez?
¿Por
que La Iglesia, en lugar de atender a las víctimas de sacerdotes pederastas, los
niega y oculta a los criminales?
De
toda la vida, cuando nos portamos mal, cuando sabemos que hicimos algo malo,
evitamos ser descubiertos, evitamos que “la
verdad salga a la luz”.
Pero
vivir toda la vida en la oscuridad, entrampados en un círculo vicioso que lleva
tapar algo malo con algo peor no es ninguna solución.
Esta
semana, 4° de Cuaresma, les propongo leer a Pagola y reflexionar sobre su
artículo: “Mirar al Crucificado”. Y descubrir la luz en el rostro de Jesús.
ecleSALia 14 de marzo
de 2012
4 Cuaresma (B) Juan 3, 14-21
MIRAR AL CRUCIFICADO
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 14/03/12.-
El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un
importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma
la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un
hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá
conduciendo hacia la luz.
Nicodemo representa en el relato a todo aquel
que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo
desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una
invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.
Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo
está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo
que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese
hombre torturado en la cruz?
Acostumbrados desde niños a ver la cruz por
todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con
amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz
que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles.
Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la
cruz señales de vida y de amor.
En esos brazos extendidos que no pueden ya
abrazar a los niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a los
leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger,
abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.
Desde ese rostro apagado por la muerte, desde
esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde
esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e
injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.
«Dios no mandó su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo
podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir.
Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la
luz que nos viene del Crucificado?
Él podría poner luz en la
vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal... no se acerca a la
luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco
digna, evitamos la luz porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al
Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la
luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su
mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.
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