En vísperas de la visita del Papa Benedicto XVI a
México, “Mujeres católicas por el derecho a decidir” publicó un desplegado en
varios diarios de circulación nacional dirigido al Papa, en representación de
las mujeres de nuestro pueblo que son víctimas de la discriminación, de la
violencia, a las que no se les respeta, a las que no se les da su derecho a
decidir sobre su cuerpo pero que defienden su fe en Cristo y reclaman al Papa y
a la Iglesia la congruencia con la doctrina cristiana.
A SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Bienvenido a México, apreciado hermano en Jesucristo, pastor de la Iglesia católica romana.
En este tiempo en que nuestra comunidad vive la cuaresma, tiempo de metanoia, de cambio interior, de cambio de actitud, el cambio que Dios nos demanda es siempre el de una exigencia de justicia, cambiar de una conducta injusta a una justa. Los profetas nos indican que nosotros y nosotras podemos cambiar la historia, podemos determinar el futuro por medio de nuestras acciones.
Te recibe un pueblo profundamente vulnerado y lacerado en su dignidad, un pueblo creyente y esperanzado en la resurrección, viviendo sus días terribles de pasión. Hoy día, querido hermano, este pueblo sufre la violación sistemática de los derechos humanos y el dolor ante la indiferencia de quienes tienen en sus manos la acción de la justicia. El mensaje de Jesús necesita ser revelado constantemente entre nosotras con los signos de los tiempos (Gaudium et Spes 4). Un signo fuerte de estos tiempos en nuestro país es la exigencia de justicia y de respeto a los derechos humanos.
Tu presencia en México la vemos como oportunidad de mirar hacia la novedad del futuro de Dios (Is. 43,18-19), poniéndose al lado de quienes sufren. Esto no es lo que observamos en las actitudes de nuestra jerarquía, que mientras predica con fervor y ardor los derechos humanos a los demás, a los de afuera, deja mucho que desear al respecto en su interior. Y no estamos ante incidentes episódicos, sino ante una evolución estructural demostrada entre otras cosas, por el silencio y el encubrimiento de las denuncias de pederastia clerical en México, sólidamente documentadas por instancias eclesiásticas y civiles.
A diferencia del mensaje de Jesús que reconoció a las mujeres dignidad igual y autoridad moral, esta evolución estructural camina en sentido inverso, negándoles el ejercicio de la libertad de conciencia y el ministerio de servicio sacerdotal. Nos duelen y nos lastiman profundamente las actitudes y las palabras de muchos de nuestros obispos mexicanos, que no atienden, valoran ni respetan los derechos humanos de las mujeres, como indica el documento de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, Brasil (2007), donde tu voz fue escuchada. Te invitamos a revisar las directrices de la Santa Sede en los espacios internacionales que, a diferencia de lo dicho en Aparecida, obstaculizan el avance de los derechos humanos de las mujeres.
Desde nuestra realidad oramos y trabajamos por una mejor Iglesia y te compartimos nuestros sueños y esperanzas:
Queremos una Iglesia que reconozca a mujeres y hombres como iguales, como portadores de la divinidad, y que fomente con acciones concretas la erradicación de la violencia y de la discriminación.
En México la violencia contra las mujeres se ha incrementado y el feminicidio ha cobrado dimensiones dramáticas; en este escenario la Iglesia no ha dado su palabra de denuncia y exigencia de justicia.
Queremos una Iglesia comprometida con la justicia social y los derechos humanos en todos los ámbitos, una Iglesia amorosa, incluyente y respetuosa de las diferencias y de las libertades individuales.
En México, ante la discriminación que prevalece hacia las juventudes, las mujeres y las diversidades sexuales, queremos que la Iglesia respete su autoridad moral y reconozca el ejercicio de su sexualidad como expresión del vínculo con lo sagrado.
Queremos una Iglesia que reconozca su responsabilidad en el encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos: reparar el daño moral a las víctimas y aplicar la justicia civil y la pena canónica a los culpables.
En México no puede haber silencio ante los casos de Marcial Maciel, Nicolás Aguilar y otros perpetradores encubiertos por la jerarquía católica mexicana.
Queremos una Iglesia que escuche a su feligresía y que sea sensible a los signos de los tiempos, que dedique su mayor esfuerzo al bien común y a su misión espiritual de promover la misericordia y el amor.
En México la jerarquía no debe seguir vulnerando al Estado laico, ni abusando de su poder simbólico en la búsqueda de mayores privilegios.
Querido hermano, esperamos tu palabra profética de denuncia y anuncio de los valores del Evangelio, paz en tu corazón.
Católicas por el Derecho a Decidir
México, DF, a 21 de marzo de 2012
Responsable de la publicación: María Consuelo Mejía
Bienvenido a México, apreciado hermano en Jesucristo, pastor de la Iglesia católica romana.
En este tiempo en que nuestra comunidad vive la cuaresma, tiempo de metanoia, de cambio interior, de cambio de actitud, el cambio que Dios nos demanda es siempre el de una exigencia de justicia, cambiar de una conducta injusta a una justa. Los profetas nos indican que nosotros y nosotras podemos cambiar la historia, podemos determinar el futuro por medio de nuestras acciones.
Te recibe un pueblo profundamente vulnerado y lacerado en su dignidad, un pueblo creyente y esperanzado en la resurrección, viviendo sus días terribles de pasión. Hoy día, querido hermano, este pueblo sufre la violación sistemática de los derechos humanos y el dolor ante la indiferencia de quienes tienen en sus manos la acción de la justicia. El mensaje de Jesús necesita ser revelado constantemente entre nosotras con los signos de los tiempos (Gaudium et Spes 4). Un signo fuerte de estos tiempos en nuestro país es la exigencia de justicia y de respeto a los derechos humanos.
Tu presencia en México la vemos como oportunidad de mirar hacia la novedad del futuro de Dios (Is. 43,18-19), poniéndose al lado de quienes sufren. Esto no es lo que observamos en las actitudes de nuestra jerarquía, que mientras predica con fervor y ardor los derechos humanos a los demás, a los de afuera, deja mucho que desear al respecto en su interior. Y no estamos ante incidentes episódicos, sino ante una evolución estructural demostrada entre otras cosas, por el silencio y el encubrimiento de las denuncias de pederastia clerical en México, sólidamente documentadas por instancias eclesiásticas y civiles.
A diferencia del mensaje de Jesús que reconoció a las mujeres dignidad igual y autoridad moral, esta evolución estructural camina en sentido inverso, negándoles el ejercicio de la libertad de conciencia y el ministerio de servicio sacerdotal. Nos duelen y nos lastiman profundamente las actitudes y las palabras de muchos de nuestros obispos mexicanos, que no atienden, valoran ni respetan los derechos humanos de las mujeres, como indica el documento de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, Brasil (2007), donde tu voz fue escuchada. Te invitamos a revisar las directrices de la Santa Sede en los espacios internacionales que, a diferencia de lo dicho en Aparecida, obstaculizan el avance de los derechos humanos de las mujeres.
Desde nuestra realidad oramos y trabajamos por una mejor Iglesia y te compartimos nuestros sueños y esperanzas:
Queremos una Iglesia que reconozca a mujeres y hombres como iguales, como portadores de la divinidad, y que fomente con acciones concretas la erradicación de la violencia y de la discriminación.
En México la violencia contra las mujeres se ha incrementado y el feminicidio ha cobrado dimensiones dramáticas; en este escenario la Iglesia no ha dado su palabra de denuncia y exigencia de justicia.
Queremos una Iglesia comprometida con la justicia social y los derechos humanos en todos los ámbitos, una Iglesia amorosa, incluyente y respetuosa de las diferencias y de las libertades individuales.
En México, ante la discriminación que prevalece hacia las juventudes, las mujeres y las diversidades sexuales, queremos que la Iglesia respete su autoridad moral y reconozca el ejercicio de su sexualidad como expresión del vínculo con lo sagrado.
Queremos una Iglesia que reconozca su responsabilidad en el encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos: reparar el daño moral a las víctimas y aplicar la justicia civil y la pena canónica a los culpables.
En México no puede haber silencio ante los casos de Marcial Maciel, Nicolás Aguilar y otros perpetradores encubiertos por la jerarquía católica mexicana.
Queremos una Iglesia que escuche a su feligresía y que sea sensible a los signos de los tiempos, que dedique su mayor esfuerzo al bien común y a su misión espiritual de promover la misericordia y el amor.
En México la jerarquía no debe seguir vulnerando al Estado laico, ni abusando de su poder simbólico en la búsqueda de mayores privilegios.
Querido hermano, esperamos tu palabra profética de denuncia y anuncio de los valores del Evangelio, paz en tu corazón.
Católicas por el Derecho a Decidir
México, DF, a 21 de marzo de 2012
Responsable de la publicación: María Consuelo Mejía