Viendo la tele, de repente aparece un comercial, no me importó lo que anunciaba, los actores ni tampoco lo que se decía. Lo que me llamó la atención y me atrapó fue reconocer el Cine Ópera.
Lucía muy bonito y me acordé de mi infancia cuando iba al cine Ópera, con la familia o con los amigos de San Cosme. Alberto Barranco nos decía: ¿cuánto apuestan a que Chon, (padre de San Cosme) está aquí en el cine? Nooo, cómo crees? y gritaba: " Choooon, ya llegamos, en dónde estás?" "¡Aquí arriba!"Recientemente he pasado frente a el y me pregunto porqué se encuentra abandonado. ¿Será a caso la maldición del fantasma de la Ópera? Otros cines del siglo pasado recuperaron su imagen y su uso como teatros, como el cine Olimpia, que fue remozado y se montó la obra musical “La Bella y la Bestia” con mucho éxito. O el Metropolitan ahora sede de espectáculos importantes en nuestra ciudad. El cine Opera, tan cercano a nosotros porque alrededor de el transcurrieron nuestras vidas pareciera estar en estado de coma profundo, del cual espero que algún día despierte. Se han preguntado ¿cuántas veces pasamos frente a el? Junto a la Parroquia de San Cosme, con sus ángeles en la marquesina, es una de las imágenes que vienen a la memoria siempre que nos referimos a la Colonia San Rafael y Santa María.
El Cine Ópera debe estar funcionando.
¡Hay que desterrar al fantasma del Cine Ópera!
Pero para hablar de el Cine Ópera y de San Rafael, nadie mejor que Alberto Barranco, con quien tuve el gusto de ir al cine, el con su bolsa de tortas y yo, como muchos de los cuates, con mi gorrita, para ir al cine.
Aquí les transcribo un artículo de Barranco sobre los cines de aquella época:
Ciudad de la Nostalgia / Aquellos cines
Por
Alberto Barranco Chavarría
(18-May-2003).-
Primera de tres partes
Alberto Barranco |
Eran otros tiempos...
Descendientes de aquel desalmado cacarizo que tenía a puros tés de boldo, a fuerza de derramar la bilis, al respetable que acudía al cine Universal de la calle de Guillermo Prieto, colonia San Rafael, al ladito de la vecindad donde nació el futbolista Enrique Borja, los cácaros eran los reyes de los cines. Nadie más mentado que ellos. Nadie más silbado, abucheado o insultado que ellos. Y no obstante, eran el alma de la fiesta. El cine no era cine sin letras borrosas, sin vacíos de sonido, sin definición en las imágenes. Y el cácaro pegado a la botella, comiendo tortas, papando moscas o echando novio...
Y el domingo era de matinee.
Tres películas de Tarzán, Jane, el jefe Ulumba, Chita y Tantor; tres películas del Santo ("Santo contra la llorona", "Santo contra la maldición de la momia egipcia", "Santo contra los traficantes de mujeres"); tres de Gastón Santos y su inolvidable caballo "Rayo de Plata"; tres de Pedro Infante: "Ahí viene Martín Corona", y "El regreso de Martín Corona" y "La mujer que yo perdí", por uno cincuenta. Y cuando se hacía la luz, entre las alfombras del cine Opera de la calle Serapio Rendón había un regadero de muertos. Las batallas del bang-bang o el ya-te-maté-y-no-te-caes, duraban toda la película: los jinetes corrían enloquecidos y los bandidos hacían trincheras en las butacas. Y había restos de pollos rostizados, de tortas de plátano, elotes medio mordidos, palomitas, pepitas y hasta soldaditos de plomo o pedazos de pistolas de plástico...
La matinee del cine Cosmos, al final de lo que era la calzada de la Verónica, y al principio de lo que sigue siendo México-Tacuba; la del Tlacopan, frente a la Normal de Maestros; la del Naúr, en el corazón de la Pensil; la del Briseño, en la Guerrero; la del Roxi, en San Cosme; la del Encanto, también en Serapio Rendón, y la del Estadio en la colonia Roma, se iniciaban a las nueve de la mañana. Y el baile del cácaro al ritmo de los chiflidos del respetable, duraba hasta las tres de la tarde.
Y qué bonito era el cine Roble, en Paseo de la Reforma, casi frente a la glorieta de Cuauhtémoc, con sus esculturas marmoreas de dioses griegos; con su telón de mil olanes en impecable terciopelo rojo, que subía en danza de elegancia, distinción, categoría. Y el azul cobalto del respaldo de los asientos de las butacas y de las alfombras. Y los estucados de lámina de oro de los techos...
Y, señoras y señores, el doctor IQ, Don Jorge Marrón, les dirá que estuvo peeeeeeeeeerfectamente bien contestado, una vez que le digan "aquí-tenemos-un-caballero, doctor", y repita sin trabas el trabalenguas. Y por la cantidad de cincuenta pesos en Bonos del Ahorro Nacional, dígame usted cómo se llamaba el caballo al que hizo cónsul el tirano Calígula. Y lo siento mucho, caballero, pero "Siete Leguas" era el caballo de Pancho Villa. Y las pagodas del Palacio Chino. Y el cielo azul repleto de estrellas del cine Alameda. Y llámate al vendedor de papas, pistaches, tortas, refrescos y helados. ¿Sólo este puñito de pepitas por un veinte? "Joven, por favor no meta tamales a la sala". Válgame Dios, ya no hay moral, fíjate bien que besotes le está dando. Vieja cochina, quesque pasarse el chicle...
Eran otros tiempos...
Hasta mero arriba de la maltrecha vecindad del hoy Barrio Chino, a pleno Dolores, vivía el amor del bueno, el-qué-importa-el-dinero-si-nos-sobre-el-gusto, de Marga López y Pedro Infante. Ora vieja, ya no llore que la están viendo. Un rincón cerca del cielo era el sueño de todos los pobres, cuando no había Infonavit ni Fovissste. Y tan bonito que canta Pedrito.
"Los olvidados", la mejor película de Luis Buñuel, se reestrena hoy en el Palacio Chino. Y la reventa pelea como perro su tajada, le dice El Pichi al cieguito trovador y corajudo, poco antes de apedrearlo. Y la Romita brava, perra, hojaldra, méndiga, se vuelve leyenda. Y en el cine Colonial, orgullo de Fray Servando, y en el Florida, de Peña y Peña, joya de Tepis Company of Fayuca a precios de verdadero TLCAN, están pasando Pepe El Toro. Y todos chiflan la tonadita del amorcito-corazón-yo-tengo-tentación-de-un-beeeso, y la Chorreada y la chachita chamaca, con su novio el atarantado, montado en el Camellito y seguido muy de cerca por El Tuerto, hacen canijo el drama. "Ese mi torito", le suplica, le llora, le implora la romántica, y Pedro Infante tiene tres días encerrado con el Torito chico muerto a lo gacho, achicharrado. Y la Tostada y la Guayaba le llegan al té de canela con piquete de alcohol del 96.
La cola del cine Mariscala, del mero San Juan de Letrán, casi frente al Blanquita, era de trenzas, de tenis, de sardinas con bolillos y de ansina pa'ca; ansina pa'lla. Y la obra cumbre de Tony Aguilar, que uno lo ve igualito a Emiliano Zapata. Qué bigototes, qué voz, qué personalidad.
En el cine Majestic de la Alameda de Santa María, con su techo de láminas que se volvía escándalo con el aguacero y locura con la granizada, se exhibía "El peñón de las ánimas", con María Félix y Jorge Negrete; "Doña Bárbara", con los ojotes de la Doña abiertos hasta las chispas, la elegancia de Julián Soler, la paciencia de Agustín Isunza, y la belleza simple de María Elena Marqués.
Y la flota de preparatorianos se iba al cine Río de las calles de Cuba los sábados en la mañana. Y la sala se vaciaba un segundo después de la escena cumbre: Libertad Leblanc, la diosa argentina, se quita el untado suéter y queda en puro sostén. Y en el Avenida de San Juan de Letrán pasaban cinco caricaturas. Y al Savoy, de 16 de septiembre, se metían las prostitutas a lanzar sus redes entre el río revuelto... de sudor. Y un día la rabia quiso linchar al cácaro; y acabó con las cortinas de terciopelo. Y qué gentes éstas, dejaron su chicle pegado en la butaca...
Eran otros tiempos...
Quién se acuerda ya del Palacio Encantado, que estaba en lo que hoy es 16 de septiembre, y presumía, en 1884, cuando el cine apenas era intento, de ser la sala más elegante de la ciudad. Quién se acuerda ya cuando don Jacobo Granat, el fundador del Salón Rojo -en la esquina de lo que hoy son Bolívar y Cinco de Mayo- inició una cadena de cinco salas de lujo. Quién se acuerda ya cuando don Ernesto Pugibet colocó una amplia pantalla de cine frente a la Alameda Central. Quién se acuerda de los cines El Patatino, El Fausto, El Venecia, El Trianón y El Palacio.
En cambio, habrá quien recuerde que al cine Universal se lo comieron los piojos y las ratas; que el cine Encanto murió con el temblor de 1957; que el cine Roxi de San Cosme se fue en 1975, dejando de recuerdo sus tortas calientes de salchicha con huevo, sus bolotas de muéganos, sus gaznates y sus Jarritos de tamarindo servidos en vasos de papel encerado.
Que el Roble resultó herido con el temblor del 57, pero pudo llegar al 70. Y el Naúr era hasta hace poco el José Alfredo Jiménez. Y lo que era El Estadio, hoy es el ya viejo teatro de Silvia Pinal. Y el Lux de Miguel Shultz, colonia San Rafael, zona postal cuatro, se volvió cinema Fernando Soler para cobrar más, antes de disfrazarse de templo protestante. Y cerraron el Opera para modernizarlo primero, luego para volverlo sala de espectáculos, y al final para abandonarlo, cerrando también la etapa dorada de las superproducciones: "Lo que el viento se llevo", con Clark Gable; "Juana de Arco", con Ingrid Bergman; "Ben Hur"; "Demetrio el Gladiador" "Los Diez Mandamientos"...
Que la Violetera que hizo cuplé Sarita Montiel duró dos años en el Arcadia; que en El Latino, de Paseo de la Reforma, se estrenó en 1976 la película Terremoto; que Rosa Gloria Chagoyán volvió tumulto el Alameda, camuflada de Lola la Trailera. Que las películas de Libertad Lamarque hacían llorar a Libertad Lamarque. Que doña Sara García, a sus años le soltó una palabrota a Lucha Villa en Mecánica Nacional...
Las lujosas sillas de las salas de espera; los jarrones chinos de los rincones; las puertas de cedro labradas y repujadas; los balcones de elegantes barrotes de caoba; los pisos de mármol y parquet, las mullidas alfombras rojas; los candiles de 50 focos; los tapices, los terciopelos, las esculturas, todo se borró al concepto de los multicinemas en cadena: cajas de zapatos con incómodas butacas, aunque eso sí, el imprescindible sonido dolby estéreo.
Antes era cosa de reir con Joaquín Pardavé en "Hay qué tiempos señor don Simón", y de tronarse los dedos de angustia cuando se descubrió que un general era el jefe de la banda del automóvil gris; o llorar con el ciego Hipólito el amor imposible hacia Santa; o cantar a dúo con Fray José de Guadalupe Mojica, en Yo Pecador; o compadecer al infeliz profesor José Elías Moreno, cuasi-ciego y cuasi-padre y cuasi-ternura, ante las maldades que le hacía el falso Simitrio.
Hoy, señoras y señores, el fantasma de los cines Marilyn Monroe, Juan Orol Dos, Soledad y Savoy, presenta la obra cumbre del cine mexicano contemporáneo: Los Lavaderos llenos de agujeros, con las destacadas actuaciones de Polo Ortín, Manuel Flaco Ibañez, Pedro Weber, alias Chatanuga y Charlie Valentino.
Lamentablemente, le tenemos que informar al respetable público que el cácaro sigue secuestrado. Y hace ya 30 años que nadie sabe de él
1 comentario:
Yo vivía en la calle de Alfonso Herrera y pasaba muchas veces por el Cine Opera y hasta en mis sueños el Cine Opera está ahi, me pregunto porque está abandonado.
Deberían de rescatarlo y usarlo para conciertos, teatro, danza, cine y eventos como los que ahora se realizan en hoteles para dar a conocer las Tecnologías de la Información.
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